Hoy me regalaron un corazón. Era rojo y se pegaba al cuerpo. ¿Que quién me lo dió? No lo sé, no sé su nombre, sólo recuerdo de él, su dedo pulgar sucio y perfecto. Me habló y no le entendí nada. Se quedó mirándome y no puede verle la cara. Luego, se volteó, se fue alejando y me dejo con su corazón en mis manos. Cuando me di cuenta quise devólverselo, uno no puede andar sin corazón por ahí...pero no sabía su nombre, no sabía como gritarle. El bus arrancó y desde mi ventana, lo ví caerse lentamente en el suelo.
No podía reponerme y la gente me miraba como si le hubiera arrancado el corazón a alguien. Cerré los ojos y no volví a abrirlos hasta que el bus estuvo practicamente desocupado. Entonces, saqué el corazón de aquel hombre del bolsillo derecho de mi pantalón. Empecé a jugar con él, se pegaba por todo mi cuerpo. Era tan rojo. Tan pequeño.
Luego, me quedé dormida. Dos días seguidos sin cerrar los ojos, buscando estrellas escondidas en el cielo, trae consecuencias. Cuando desperté, busqué el corazón de éste hombre en mi bolsillo izquierdo. No lo sentí. Entonces, lo ví pegado en el suelo.
Me paré de la silla, lo ví desde lejos, estaba en el suelo y le pasaron cuatro mundos y dos más por encima, ahora estaba negro. Arrugado. Roto. No podía dejar de mirarlo. Sangraba. La gente, primero fueron las mujeres de faldas largas y tacones altos, luego los hombres de corbata, empezó a cubrirse la nariz, algunos se desmayaron por la impresión de ver un órgano abandonado y en semejante estado.
Oprimí el timbre. Contuve las lágrimas, porque con tantas ansias de culpables en éstos días, era mejor disimular y no pasar la noche en la cárcel. Llegue a mi casa. Y me encerré en el cuarto. No comí nada.
Desde hoy prometo no aceptar nunca el corazón de nadie.