Thursday, August 23, 2007

Tres deseos

Cuando pequeña, papá me contaba una historia que hoy, veinte años después no olvido. Una vez existió un genio de la lámpara. Ese genio se aparecía en la madrugada, cuando los niños no se dormían temprano. Fin. Esa era la historia. Mi padre jamás me contó porqué el genio se aparecía a esa hora o por qué los niños no dormían, tampoco si era que el genio vivía en la lámpara y si era así, cómo diablos hacía éste para meterse allí.

Hoy ya no me interesa saberlo. Pero la historia (la pequeña historia) se me quedó grabada para siempre. Por eso, cuando quiero pedir un deseo, (con el tiempo, descubrí que todos los genios de la lámpara cumplen deseos) no duermo.

Hoy quise pedir tres deseos (también descubrí que son tres los deseos permitidos). Le pedí al genio de la lámpara que jamás te des cuenta de mi tristeza. Que jamás descubras que cuando te abrazo, cierro los ojos para que no me veas llorar.

Le pedí al genio que jamás te susurren al oido que no te agradecí por darme la vida, por esas noches sin dormir cuando le pedías al cielo por dejarme nacer. No te las agradecí, porque desde pequeña me dolieron cada una de ellas. En mis piernas, en mi vientre, en mis sueños.

Le pedí al genio que no me volvieras a preguntar por las marcas en mi cuerpo, por las noches de encierro, por mis lágrimas en la madrugada.

Por último, (también descubrí el maravilloso arte de regatear) le pedí al genio que me diera valor para despedirme de ti. Que me diera valor para despedirme de mi.

P.d
Feliz Cumpleaños.

Tuesday, August 21, 2007

A decir verdad, ayer fui una chica mala

Tantos días tristes y la esperanza de mi madre por volverme a ver "bien". Ayer fui una chica mala y lo olvidé todo. No di el beso de despedida, ni tendí la cama. No tuve malos pensamientos ni corté mis manos con los pedacitos del espejo roto. Ese mismo que puesto al sol iluminaba de colores esa pared tan vieja ya...tan de porquería.

Ayer fui una chica tan mala que dormí boca abajo, abrazando la almohada, esperando ahogarme, esperando decir adiós con ese último soplo de dolor. No saludé al portero y tampoco pagué el bus. No le dije a nadie que me quiero ir, que ya no estoy. No le pregunté a la suerte por si sería hoy mi último día, ni por si te conocería, otra vez.

Ayer fui una chica mala y tal vez sí me arrepiento. No lloré por mi padre ni por mi madre. No me compadecí de sus tristezas. No me compadecí de mí.

Acuérdate de fimar cada carta. De cerrar las ventanas y de decirme adiós cada vez que te vayas.

Friday, August 10, 2007

Ayer en la noche

Ayer, cuando quiso contarme todo, gire mi cuerpo hacia el lado contrario de la cama como previniendo aquel momento tan incómodo. Pero, era inevitable. Sus primeros sollozos empezaron a dispersarse por toda la habitación, por mis oídos, por mi cuerpo. Quería encender la lámpara, aumentar gradualmente el ritmo de mi respiración para que escuchara un silbido de sueño profundo, como el de las caricaturas que pasan por televisión.

Quise pararme de la cama y prender la radio. Cantar esa canción con mi voz desafinada, melancólica de siempre. Quise servirle un trago, acomodarle dos almohadas en el cuarto de enfrente para que descargara su pena en el alcohol, en el misterio del vaso medio lleno y la puerta cerrada.

Pero, él seguía llorando. Entonces, presa en las sábanas y en el temor, me abanadoné en sus lagrimas y sollozos que arrullaron mi sueño exraviado. Experimenté el placer perverso de las villanas de telenovela, el mismo que les dibuja una sonrisa perfecta mientras el nivel de tristeza de su víctima aumenta. No quería que dejara de llorar. Por fin, el imnosio que me aquejaba hacía varias semanas terminaba.

Entonces, tomé su mano en agradecimiento, sin soltarla, pero sin acariciarla. Lo que siguió después fue el más dulce de mis sueños. Uno en el que él no lloraba y se despedía de mí para siempre con un beso en mi frente y nuestras manos entrelazadas.