Lunes, martes, miércoles. Espero un poco más. Sin movimiento. En silencio. La avenida invade mi cuarto de ruido. Una ambulancia. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis carros. Velocidad. Lunes, martes, miércoles. Espero un poco más.
Lunes, lloro. Entre la almohada y las sábanas frías se sumergen mis lágrimas de nuevo en silencio.
Martes. Cierro los ojos para siempre. Me entrego a los sueños más parceros que la vida misma. Los cierro esperando no volver a abrirlos. Cuento hasta diez. Cuando llego a nueve, le estoy diciendo adiós a ellos. No me ven. Me despido.
Miércoles. Muerte. Y el túnel, claro, el túnel. Cinco años perdidos. Cinco años y un cuerpo arrugado, marcado. Adiós. Digo adiós nuevamente. Pienso, maldita sea, siempre pienso.
Lunes, martes y miércoles. El jueves me miro al espejo y veo llorar mis ojos. Mi boca hace una mueca exquisita. Extraña. Me gusta verme llorar. No aparto la mirada, mis ojos luchan por cerrarse, por evitar verguenzas. Mi nariz se sonroja mientras se desangra en orquídeas.
Viernes. Extrañamente me pierdo para siempre en el calendario.