Saturday, July 28, 2007

¿Te conté de mí, de mi sueño?

No te voy a decir, "hola, espero que estés bien", como normalmente, se empiezan las cartas, porque mi saludo viene siendo casi siempre una despedida, y porque bueno, no espero que estés bien.

Ayer me puse a pensar en el racimo de uvas y el vaso de leche que papá guardó a escondidas de mamá. ¿Te acuerdas de mamá, de papá... de mí?

Hace unos días, mi padre celebró su tristeza y disfrazó sus lágrimas con movimientos de pies y caderas, al son de la salsa, el son cubano, como lo hizo las miles de veces que perdió su equipo del alma, o discutió con alguien.

Cuando mamá no accedió a bailar con él, porque estaba ocupada con las llamadas de teléfono, las citas médicas, los 50 mg más de proteínas y calorías que aportan la yuca y la papa sabanera, apagó el sonido y se quedó mirando fijamente la avenida desde la ventana. Yo apenas lo miraba. Entonces, subí el volumen del equipo de sonido y me moví al ritmo de El periódico de ayer con la tristeza de quien canta una canción como esa.

Papá se sentó y mientras yo me movía, no paró de hablar de Hector Lavoe, de su tristeza, de sus canciones. Entretanto, mis hermanas, cerraron las puertas de sus habitaciones y endulzaron sus lágrimas con palabras de amor de quienes las aman, por teléfono, mientras mamá me preguntaba por dónde carajos estaba "ese aparato del demonio, que sus hermanas no sueltan preciso cuando una más lo necesita".

Papá y yo nos quedamos hablando por largo rato. Cada quien disimulaba su miedo con pasos mal dados, con estrofas a destiempo, con silencios en la mejor parte del coro de cada cancion...Cuando se hizo muy tarde, nos fuimos a dormir. Al despedirnos, con un beso suyo en mi frente, observé que papá llevaba en el bolsillo derecho de su piyama, un racimo de uvas mal escondido y el bigote blanco, como la leche. [leche no porque suene bonito decirlo, sino porque efectivamente era de leche, deslactosada]

No le dije nada. Mamá tenía prohibido las comidas a altas horas de la noche, pero ahora estaría tan profunda que era improbable que lo notara [de no haber sido maestro, papá posiblemente habría sido mago o político, porque su capacidad para ocultar las cosas era de admirar]

Cuando me fui a la cama, apagué la luz y soñé que mientras lloraba, mis pies eran cubiertos por un río púrpura con sabor a sal. Que ese río crecía y que entre más lágrimas cayeran, más hermoso se tornaba. Que iba perdiendo gradualmente su sabor salado y que me cubría luego las rodillas, la cintura, los hombros...Que finalmente me ahogaba, sin dolor, sin remordimientos, sin súplicas.

Pero, hoy me despierta, me regresa a la vida y me saca de mi tierna muerte, cada susurro y respiración contenida por mis hermanas quienes lloran en la habitación que da justo derás de la mía. Luego, los sollozos mi padre, de mi madre...

P.d
Perdón porque ésta carta quedó más larga de lo normal. Perdón por tener tantas cosas por contarte.