Sunday, April 01, 2007

Clásico de fútbol

No soy hincha de ningún equipo. No soy de las que grita y se pinta la cara cuando un hombre de lindas piernas mete un gol en una chancha de fútbol. Pero hoy, faltando un minuto para las seis de la tarde, estoy viendo un partido de fúbol desde mi casa. Y grite dos veces (bueno, tres) cuando el equipo contrario estuvo a punto de empatar. Bueno, está bien, dos o tres hijeputas se me salieron con un aura de misticismo y magia.

Recuerdo cuando fui por primera vez al Estadio. Tenía 19 años y fuí la única que quiso acompañar a mi papá; quien había ahorrado el dinero de la boleta dos semanas antes y, a escondidas, de mamá le había rezado dos rosarios a la Virgen antes de salir de casa; todo, para ver a su equipo del alma.

Y me senté con el en la tribuna, sin entender por qué el viejo, dos sillas atrás mío, mantuvo cerrado los ojos durante el partido; aferrado como un niño, a su radio viejo y gastado. Sólo abrió los ojos cuando terminó el juego, se echó la bendición y salió con cierta sonrisa infantil en el rostro. No entendía nada. Ni el fuera de lugar, ni el penalty, ni los madrazos al árbitro desde la tribuna. Pero, me divertí. Grité con papá en las dos únicas ocasiones de gol (lo siento pá, pero ambos sabíamos que ese no era el mejor día del equipo), saltamos y nos reímos de los corazones sobresaltados de los otros hinchas.

Hoy, desde mi casa, volví a prender el televisor. Sabía que estarías en el estadio y reservé mi lugar junto al tuyo, una vez encontré el canal y subí el volumen del tv. Sé que tus manos sudan en éstos momentos, como las mías. Después de todo, el partido de hoy es un clásico.

Gol. Mierda.